COOPERACION HORIZONTAL PARA EL FORTALECIMIENTO Y CONSOLIDACION DE UNA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO EN AMERICA LATINA Y EL CARIBE

Víctor Cruz Cardona*

Introducción

Cuando se habla de cooperación al desarrollo se suele hacer referencia a los esfuerzos que hacen los países más desarrollados por mejorar la calidad de vida de otros pueblos con menor o incipiente desarrollo. Cuando se habla de mejorar la calidad de vida se habla de mitigar la pobreza, el hambre, la enfermedad, el analfabetismo, la contaminación, el agotamiento de los recursos naturales, el conflicto y la opresión. El enfoque central de la cooperación al desarrollo, en el que casi todos los países coinciden hoy consiste en que se aumenten considerablemente  los recursos económicos de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD), se mejore la efectividad y la eficiencia de esa ayuda y  se pongan en marcha estrategias innovadoras para que, a largo plazo, los países receptores de la ayuda puedan procurar su propio desarrollo.

América Latina ha sido receptora de esa AOD y continuará requiriéndola por varios años, aunque seguramente en unos países menos que en otros, como resultado de los ingentes esfuerzos que se han hecho durante los últimos diez años para revertir la tendencia al subdesarrollo: ampliar y mejorar la oferta educativa, reestructurar las economías, mejorar el PIB, sanear las finanzas, reactivar la producción y liberalizar el comercio. Es posible, también, que a futuro, se pueda requerir menos ayuda, si los países logran asegurar algún nivel de estabilidad política que, por un lado repercuta positivamente en la economía y, por otro, le brinde alguna protección a los sectores menos favorecidos que se debaten entre aceptar pasivamente los acelerados procesos de cambio social y económico o luchar por medidas redistributivas que reduzcan, a corto plazo, las desigualdades extremas que les aquejan.

Menos ayuda se podrá requerir, también, en la medida en que los países reconozcan como suya la tarea de asegurar el  correcto y eficaz  manejo de los recursos de la AOD y sobre todo, la de definir estrategias innovadoras para hacerlos más eficientes: por un lado, asegurar  la obtención de resultados concretos y por otro, hacer que la ayuda alcance para obtener más y mejores resultados y sobre todo, mayor y más significativo impacto.

El propósito de esta breve intervención es compartir una experiencia de asociación para el desarrollo, en el campo de la educación superior avanzada, a través de una estrategia de cooperación horizontal que le permite a  ciento treinta universidades iberoamericanas, en 20  países, avanzar en la construcción, fortalecimiento y consolidación de  una sociedad del conocimiento en el ámbito latinoamericano.  Describe, primero, el estado actual de la formación superior avanzada en América Latina y el Caribe y argumenta a favor de la construcción de una sociedad del conocimiento como  alternativa de desarrollo para la región. Intenta, luego, identificar algunos de los problemas conceptuales básicos que se suelen manejar en la región cuando se habla de sociedad del conocimiento e ilustra, finalmente, la experiencia de la Asociación Universitaria Iberoamericana de Postgrado, AUIP en materia de cooperación horizontal para el desarrollo. 

La educación superior avanzada en América Latina y su contribución al desarrollo: la construcción de una sociedad del conocimiento

Por educación superior avanzada se entiende, para los efectos de esta ponencia, cualquier actividad de formación que se imparta o a la que se acceda, después de la obtención de un título universitario (ie, en carreras que exijan cuatro o más años de escolaridad superior). En general, se concibe como aquella formación cuyo propósito es la preparación para la docencia, la investigación, la aplicación tecnológica o el ejercicio especializado de una profesión. En el ámbito latinoamericano, se suele encontrar oferta formal (ie, especializaciones, maestrías y, doctorados) y no formal de postgrado (ie, cursos y programas de corta duración, en las modalidades de educación continuada y de reciclaje) que surge espontáneamente por la interacción de los sistemas nacionales de educación con los de otros países, normalmente, de mayor desarrollo, por las visitas y estancias de profesores extranjeros, por las becas y ayudas para estudios en el exterior, por el contacto estrecho de los académicos con la comunidad científica internacional y por la mayor demanda de credenciales académicas y profesionales.

De una revisión de más de dos mil programas de postgrado no doctorales, incluidos en la oferta académica de un centenar de universidades latinoamericanas, es posible inferir, al menos de lo que se expresa en documentos, que, en su gran mayoría, éstos:

-       asumen un nivel de acceso relativamente alto, en términos de competencias profesionales

-       ofrecen entrenamiento básico en investigación, intentando integrar el avance del conocimiento con la posibilidad de ofrecer solución a los problemas de orden social y económico del entorno

-       ofrecen entrenamiento para el ejercicio especializado de una profesión

-       fomentan el trabajo interdisciplinario para la resolución de problemas complejos

-       ofrecen oportunidades de actualización y reciclaje permanentes y

-       utilizan diversas modalidades de ofrecimiento, incluyendo, desde luego, la formación a distancia o en formato virtual

Los doctorados, por otra parte y a pesar de su incipiente desarrollo, habilitan para la investigación independiente y suelen abrir las puertas para el ejercicio docente en la universidad.

Ahora bien, hasta que punto esta oferta de programas de formación superior avanzada contribuye al desarrollo de los pueblos latinoamericanos dada la proliferación de cursos y programas de postgrado que se ofrecen hoy en todos los países?. Propongo, como argumento de reflexión inicial, que dadas las restricciones de carácter económico que todas las universidades deben afrontar hoy, la contribución se reduce a satisfacer tímidamente las necesidades de cualifación y recualificación del talento humano, a atender medianamente las demandas del mercado laboral y productivo y a hacer menos penosa la transferencia de ciencia y tecnología procedente de los países más industrializados. Aceptemos de paso que, particularmente en el caso de los estudios de doctorado y a pesar de las adversas condiciones del entorno (léase: más deprimidas, menos conectadas con la comunidad científica internacional), las prioridades de investigación se orientan conscientemente, hoy en día, a encontrar alternativas de solución a los problemas de desarrollo más acuciantes (ie, la lucha contra la pobreza, la enfermedad, el hambre, la opresión, la injusticia).

Así las cosas, surge entonces la inquietud de si la formación superior avanzada en América Latina, considerada en los países industrializados como instrumento estratégico de desarrollo, particularmente en lo que tiene que ver con el conocimiento (capital cognitivo, en palabras de S. Boisier, 2001) y con el capital intelectual como factores de crecimiento económico, de productividad, de competitividad y de poder geopolítico, tiene alguna posibilidad, a futuro, de contribuir a la construcción, fortalecimiento y  consolidación de una sociedad del conocimiento en la región. Permítanme hacer algunas consideraciones de tipo general.

Ante todo, es preciso establecer a qué se hace referencia cuando se utiliza el término sociedad del conocimiento, pues son muchos los conceptos que se manejan en la literatura (ie, Sociedad de la información, economía del conocimiento, brecha digital, tecnologías de la información y la comunicación-TIC, revolución digital). T. Sakaiya (1995) acuñó el término para referirse a las sociedades del futuro en tanto éstas mejoraban su capacidades técnica,  productiva y de gestión pero evidentemente también para referirse al valor agregado que un colectivo le asigna al conocimiento socialmente generado, transformado, transferido, aplicado y compartido. Se le reconoce, por tanto, al conocimiento, una dimensión de carácter funcional  en cuanto sirve para algo pero otra más de carácter axiológico en cuanto a sus implicaciones socioculturales (ie, conocimiento para la formación, la integración, la participación, la  solidaridad, la justicia, la paz, la seguridad).

En cuanto a la dimensión funcional, Valenti López (2002), en una interesante discusión conceptual alrededor del término sociedad de la información sugiere que se hable de conocimiento útil en la medida en que lo que se transfiere sea conocimiento y no simple y llanamente, muchos y quizás, mejores datos. Conocer supone información, pero comprender supone conocimiento, propone Boisier. El conocimiento útil es aquel que le permite a un colectivo crear nuevas fuentes de riqueza, nuevos y mejores puestos de trabajo y, en general, mejores alternativas para suplir las necesidades básicas de desarrollo. Es, según Valenti López, conocimiento convertido en PIB.

La generación, transformación, aplicación y transferencia de conocimiento, sugiere el mismo autor, es la alternativa de desarrollo más importante que tienen los pueblos. En el caso de América Latina y el Caribe, una sociedad del conocimiento estaría caracterizada por todos aquellos agentes sociales (ie, gobiernos, universidades, industrias, organizaciones civiles) dispuestos a generar, difundir y utilizar información para la producción de conocimiento económicamente útil para superar el sub-desarrollo. La cuestión, según el mismo Boisier (2001, pág. 8), es que el aprendizaje colectivo así como otras formas de generar y transferir conocimiento requiere “una fuerte dosis de capital social, en los términos en los que ahora se entiende este concepto, vale decir, redes de cooperación basadas en la confianza interpersonal... orientadas a la consecución de fines legítimos.”

Por cierto, es preciso también recoger aquí la distinción que tanto Boisier como Camagni (2000) hacen entre conocimiento codificado y conocimiento tácito. El primero se refiere al conocimiento científico y técnico que se suele poner al servicio de la producción de bienes y servicios. El segundo, es el que surge de la práctica (aprender haciendo) o de las tradiciones (capital cultural) y que hoy en día, en muchos países, se suele asociar al concepto de denominación de origen: el conocimiento acumulado y transferido de algunos pueblos para producir  vino (Argentina, Chile, España, Francia),  queso (España, Francia, Holanda), café (Brasil, Colombia), bebidas alcohólicas (Alemania, Escocia, Irlanda, Rusia, México). Lo que Gibbons et. al. (1994) definen como el Modo 2 de producción de conocimiento, generalmente caracterizado por la transdisciplinariedad, la heterogeneidad y diversidad organizacional y sobre todo, por sistemas amplios de control de calidad que suelen estar más allá de los pares académicos usuales. Es conocimiento socialmente distribuido cuya producción también hace parte de un proceso socialmente distribuido.

La formación superior avanzada tiene, por tanto, muchísimas posibilidades de contribuir significativamente a la construcción, fortalecimiento y consolidación de una sociedad del conocimiento en América Latina. En primer lugar, puede y debe fortalecer su capacidad de investigación y transferencia de ciencia y tecnología como estrategia de producción de conocimiento codificado, pertinente e innovador (I+D) y conectado no solo con la comunidad científica internacional sino con las regiones de aprendizaje (learning regions) globales (Ver R. Florida, 1995). En segundo lugar, puede y debe contribuir efectivamente a la formación de profesionales que se distingan por un alto valor agregado, no solo por su capacidad intelectual sino también por su capacidad para transferir conocimiento y utilizarlo para generar riqueza y procurar el bienestar social. En tercer lugar, puede y debe poner en marcha acciones dirigidas a identificar, proteger y coadyuvar en la explotación de los saberes estratégicos tácitos de las comunidades locales de tal manera que se asegure lo que Boisier llama simbiosis entre la dimensión global y local (glocal). Es decir, que así como las empresas piensan globalmente para actual localmente, así también las personas y por qué no también, las empresas (locales), debieran pensar localmente para actuar globalmente. En este sentido, la formación superior avanzada estaría contribuyendo a mejorar la capacidad competitiva de los colectivos sociales, creando entornos mejor preparados para responder a las crecientes demandas de la globalización.

Las universidades y por tanto, también, los programas de formación superior avanzada tendrían que desarrollar una competencia básica o una ventaja sostenible, duradera, insustituible o difícilmente imitable que, en condiciones de escasez, demanda externa y apropiabilidad pueda contribuir efectivamente a la construcción de una sociedad del conocimiento.

La Sociedad del Conocimiento en América Latina y el Caribe

De una rápida revisión de la literatura disponible en relación con las tendencias de desarrollo de una sociedad del conocimiento en América Latina (Fundación OVSI, 2002; AUIP, 2002; CEPAL, 2000), resulta evidente que la situación actual no se compara con los niveles de consolidación de una sociedad del conocimiento o de expansión de una sociedad de la información en Europa o en Estados Unidos. Veamos algunas cifras. En América Latina y el Caribe, dos de cada 100 habitantes cursan estudios universitarios; 4 de cada 10.000 cursan estudios superiores avanzados; 3 de cada 100 hogares están conectados a Internet comparado con Estados Unidos en donde seis de cada 100 van a la universidad, 70 de cada 10.000 habitantes cursan estudios de  postgrado y la mitad de los hogares tienen conexión a Internet. Europa no se queda atrás: 4 de cada 100 habitantes van a la universidad; 35 de cada 10.000 cursan algún tipo de formación postgraduada y una cuarta parte de los hogares están conectados a Internet (UNESCO, 1998, 2000, 2001).

Casi todos los países de la región reconocen que el desarrollo de una infraestructura de información y comunicación así como la velocidad con la que se genera y se transfiere información y conocimiento tiende a convertirse en elementos esenciales para la construcción de sociedades más justas y equitativas. Entienden también que una sociedad del conocimiento fortalecida y consolidada permite crear riqueza aprovechando el valor agregado de los recursos locales, hacerla sostenible y distribuirla equitativamente. Son conscientes, además, de que la construcción de una sociedad del conocimiento, aunque pueda requerir más y mejores tecnologías de información y comunicación y más disponibilidad de conectividad y capacitación a precios razonables,  requiere ante todo imaginación y unas condiciones mínimas  en cuanto al entorno social, que le permitan a personas y colectivos involucrarse, en forma efectiva, en procesos de generación, difusión, transferencia y utilización de conocimiento.

Adicionalmente, tal y como lo demuestran los diferentes procesos de descentralización que se han puesto en marcha en la región durante los últimos treinta años (CEPAL, 2000a) una sociedad del conocimiento localmente pensada y construida se podría constituir en una importante estrategia de crecimiento económico y de democratización. La globalización así como  los esfuerzos que la región ha estado haciendo para integrar sus economías (ie, Mercosur, MCC, Mercado Andino, Caribecom) prometen convertir los procesos de generación de conocimiento codificado, la transferencia de tecnología y la velocidad de cambio de  las nuevas tecnologías de información y comunicación en un conjunto de posibilidades de innovación para los sectores productivo y empresarial.

La Cooperación Horizontal como estrategia de desarrollo académico

La cooperación horizontal, Sur-Sur o cooperación técnica entre países en desarrollo, es la asistencia que un país en desarrollo le proporciona a otro país en desarrollo para contribuir a su crecimiento económico y social. A medida que la economía internacional es cada vez más interdependiente, los esfuerzos que los países y regiones hacen para reducir sus propias diferencias de desarrollo se convierten en un medio eficiente para llenar el vacío entre la creciente demanda de recursos y las posibilidades de atenderla. La alternativa para asegurar una efectiva y sobre todo, eficiente utilización de los recursos de la asistencia, en múltiples ocasiones, es echar mano de las capacidades y fortalezas internas de un país para ayudarle a otro con menores o incipientes capacidades y fortalezas, reduciendo de paso los altos costos de desplazamiento, honorarios y gastos de estancia que los expertos de países desarrollados suelen requerir.

La cooperación horizontal empieza a ser reconocida en los escenarios internacionales en la medida en que muchos países encuentran en ella una forma de hacer la transición de país receptor de AOD a país donante.

La experiencia de la AUIP

La AUIP es una red de universidades dedicada al fomento y desarrollo de los estudios de postgrado y doctorado en veinte países iberoamericanos incluidos España y Portugal. Su misión es contribuir, en el medio y largo plazo, a la construcción, fortalecimiento y consolidación de una sociedad del conocimiento en la región.

El presupuesto de funcionamiento de la organización difícilmente llega a los 200.000 euros anuales, la mitad de ellos proveniente de recursos AOD y la otra mitad de los pequeños aportes que hacen las instituciones integrantes de la red. Las actividades que la AUIP pone en marcha para beneficio de sus 130 universidades asociadas suele tener un costo real que duplica y, en ocasiones, triplica la disponibilidad de recursos económicos. Podría decirse que la AUIP funciona como una asociación para el desarrollo que hace posible que, a través de una estrategia de cooperación horizontal,  tanto las universidades como sus programas de formación superior avanzada se puedan fortalecer, mejorando la calidad de la oferta académica, haciéndola más relevante y pertinente en términos de su vinculación efectiva al entorno económico y social, cualificando a  sus profesores, estimulando la investigación y la transferencia de ciencia y tecnología, asegurando el contacto permanente de profesores y estudiantes con la comunidad científica internacional y con sus pares académicos en otros países con mayor desarrollo, donantes o en proceso de transición de receptores a donantes.

Poner en marcha todas estas actividades, como es de suponer requiere la movilización internacional de un promedio anual de 2.000 académicos, profesores e investigadores en funciones de experto, asesor o consultor internacional, profesor visitante, conferencista invitado, ponente u observador. Financiarlas requiere un esfuerzo grande de gestión y relaciones públicas interinstitucionales para asegurar que con un pequeño capital “semilla” que aporta la Asociación, tanto las instituciones donantes (las que prestan la ayuda) como las que la reciben se animen a confinanciarlas. La idea es que todo mundo haga algún aporte: en dinero o en especie algunos, conocimiento y experiencia (know how) otros.

La ayuda al desarrollo, vista en esta forma, tiene un valor agregado importante. Por un lado, todo mundo acepta, como premisa, que al participar en una actividad de cooperación, bien como donante o como receptor, gana algo. Los primeros, entienden que la cooperación es una vía de circulación en doble sentido: tanto se aprende al dar como al recibir. Los segundos, ven la cooperación académica y técnica como un espacio de interacción interpersonal e interinstitucional con sus pares académicos en el que no hay ganadores ni perdedores. Por otro, todo mundo sabe que para acceder a ese tipo de cooperación  necesita aportar algo: algunos, como ya se había sugerido antes, aportan conocimiento, otros dinero, otros solo motivación y todos, sin excepción, una actitud positiva para dar y recibir.

En todos los casos, adicionalmente, la movilización de ese número de personas entre tantos países (20 en total) obliga a asegurar también que un número importante de personas e instituciones se beneficien de cada actividad que se ponga en marcha, bien participando directamente en la actividad o asumiendo el rol de multiplicador de la misma en su región. Por esta razón, cuando se programa algún tipo de asesoría, consultoría especializada o asistencia académica y técnica se prevé que fuera de lograr los objetivos y resultados concretos de la actividad, se pongan en marcha otras actividades paralelas igualmente importantes que garantizan la eficiencia de la inversión. Una, es procurar que localmente dos o tres personas aprovechen la experiencia para formarse como multiplicadores de la actividad. Otra, es asegurar que la experiencia se pueda recoger en algún tipo de “manual” técnico de consulta rápida y obligada (se trata de una pequeña publicación que no excede nunca las 20 páginas) en la que los expertos, en un importante esfuerzo de síntesis y sentido práctico,  suelen consignar pautas y lineamientos generales para la acción  útiles, particularmente, cuando ya ellos se han ido de regreso a sus instituciones de origen.

Una palabra final referida a los esquemas de financiación que se utilizan para poner en marcha este tipo de cooperación académica. Si bien es cierto que ni la Asociación ni las instituciones donantes y mucho menos las receptores pueden pagar los costes reales que suele exhibir la ayuda internacional  (ie, de desplazamientos, estancias, gastos de viaje, honorarios, convocatorias, organización y logística local) también lo es que, bajo ninguna circunstancia se pretenda desconocer la relación causa-efecto y sobre todo, costo-beneficio, que una adecuada financiación tiene para asegurar el éxito de una actividad. En este sentido, se procura asegurar que la acción de cooperación cubra los costes mínimos dentro de las posibilidades (ie, desplazamientos internacionales: con billetes cerrados siempre que sea posible; estancias: mínimo de comodidad local de acuerdo con los estándares internacionales; gastos de viaje: suficientes para que el experto no deba asumirlos de sus propios recursos; honorarios: un mínimo de compensación económica, simbólica si se quiere en la mayoría de los casos; organización y logística local: aprovechando la infraestructura y capacidad instalada de las instituciones receptoras de la ayuda).

Consideraciones finales

Esta intervención se inició teniendo como referentes tres importantes aspiraciones de la cooperación al desarrollo: una, la necesidad de más recursos económicos que, en palabras del Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan (Financiación para el Desarrollo, 2002) debieran alcanzar los 50.000 millones de dólares (el doble de lo que la AOD gasta hoy); dos, la necesidad de que se mejore la efectividad de la ayuda, es decir que se asegure el logro de resultados y se mejore la eficiencia y el impacto; y tercero, que se pongan en marcha estrategias de cooperación innovadoras para asegurar que, a largo plazo, los países receptores de la ayuda puedan procurar su propio desarrollo.

La AUIP no se acerca siquiera a la primera aspiración pues los recursos disponibles son cada vez más escasos. De la segunda y tercera aspiración si creemos estar muy cerca. Todo lo que hacemos exige, ante todo, resultados tangibles caracterizados no solo por el logro de los objetivos propuestos sino por la calidad del impacto en términos, por ejemplo, de cobertura, eficiencia (más y mejores resultados con menor inversión) y posibilidad de replicación y efecto multiplicador. Todo lo que hacemos se puede hacer porque trabajamos con base en la idea de que tanto las instituciones receptoras de la ayuda como las que la ofrecen, aprenden. Las primeras, porque encuentran en las acciones procesos a través de los cuales es posible vislumbrar alternativas y salidas creativas a sus necesidades de desarrollo y las segundas, porque descubren que, en la experiencia y prácticas de las instituciones receptoras de la ayuda, es posible poner a prueba los desarrollos científicos y técnicos que se generan en sus propios ámbitos, replantearlos y ajustarlos y, en no pocas ocasiones, apropiar conocimiento generado en las primeras.

La experiencia de la AUIP aporta, en mi modesta opinión, elementos que contribuyen a configurar una estrategia innovadora y coherente de cooperación al desarrollo. Aporta también un modelo conceptual de trabajo en el ámbito académico con el  fin específico de contribuir a la construcción, fortalecimiento y consolidación de una sociedad del conocimiento, a través de la cual sea posible, a medio plazo, invertir la situación de incipiente desarrollo que aqueja a casi todos los países de la región.

Referencias bibliográficas

Annan, Kofi (2002). Declaración del Secretario General de las Naciones Unidas ante la Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo, Monterrey (México). DEV/M/4.

AUIP (2002). Tecnologías de la Información en el nivel de formación superior avanzada. Salamanca, España: Ediciones AUIP.

Boisier, Sergio (2001). Sociedad del conocimiento, conocimiento social y gestión territorial. Santiago de Chile: Universidad Católica de Chile.

Camagni, R (2000). Rationale, principles and issues for development policies in a era of globalisation and localization: spatial perspectives. Ponencia presentada en el seminario “Spatial development policies and territorial governance in an era of globalisation and locatization,” OECD, Paris.

CEPAL (2000). La transición hacia una sociedad del conocimiento. Jorge Katz y Vivianne Ventura-Dias (http: //www.cepal.cl)

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Florida, R. (1995). Toward the learning region. Futures, 27, 527-536.

Fundación OVSI (2002). Informe sobre la Sociedad de la Información en Iberoamérica 2002. Valencia, España: Fundación OVSI  y Generalitat Valenciana.

Gibbons, M. et. al. (1994). The new production of knowledge. The dynamics of science and research in contemporary societies. London: Sage Publications.

Sakaiya, Taichi (1995). Historia del futuro. La sociedad del conocimiento. Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello.

UNESCO (1998). La Educación Superior en el Siglo XXI: Visión y Acción. Panorama Estadístico de la Enseñanza Superior en el Mundo: 1980-1995.

UNESCO (2000). Information and communication technologies through the world. International Data Corporation (http: //www.unesco.org./

UNESCO (2001). Desarrollo de la Sociedad de la Información en América Latina y el Caribe. Claudio Menezes (http: //www.unesco.org.uy/

Valenti López, Pablo (2002). La sociedad de la información en América Latina y el Caribe: TICs y un nuevo marco institucional. Madrid: Revista Iberoamericana de Ciencia y Tecnología, Sociedad e Innovación, OEI, enero-abril, No. 2.